El horero

Los vecinos consideraron que era mejor comprar un reloj para todo el barrio que un reloj para cada uno. Así nació el «horero», un muchacho que recorría las calles con el reloj a cuestas para que cualquiera pudiera ver la hora. 
Meses después, y por darle algo de gracia al trabajo, le pidieron al mozo que a cada paso dijera «tic» o «tac». Luego insistieron en que a cada hora simulara las correspondientes campanadas. Más tarde los cuartos, las medias, las uvas… finalmente tanto enredo hizo que nadie quisiera el empleo y el vecindario sucumbió al tiempo devorador e individual.
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