El tictac del minutero

El tictac del minutero era un picoteo agudo e incesante, pero lo soportaba mejor que el pom del horario. Cada hora resonaba en el tuétano. Contaba en silencio los pinchazos. Al cincuenta y nueve cerraba los ojos y aferraba la carga hasta que dejaban de castañetearle los dientes. El Relojero había explicado que tenía que ser así. Solo contaban los que se sentían. Sin darle tiempo a preguntar por qué había que sentirlos doliendo, el Relojero le colocó la esfera a la espalda, le dio cuerda y abrió la puerta.
—Sal. No se te ocurra perder ni uno.
Y salió.

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