Hacia atrás

Frenó en seco y se preguntó si el tiempo seguiría retrocediendo si quebraba el reloj del agua. Eran las tres y veintinueve en su espinazo; en el charco, pasaba un minuto de las dos. Por primera vez desde que inició su periplo de espaldas, se apoderó de él el pragmatismo: ¿y si no atrasaba a la hora correcta? ¿Y si había restado mal los años? Había desandado hasta su infancia, así que sería, más o menos, 1950. Un paso en falso podría alterar el repliegue del tiempo, llevarlo a otra vida o, peor aún, devolverlo a su vejez.

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