Margarita Von Ribbentrop se acordó de que no sabía nadar justo antes de saltar al lago. Se quedó en esa postura casi nueve años, dudando entre aprender sobre la marcha y dar media vuelta. Su padre le escribió una larga carta pidiéndole que regresara a casa. Tras leerla, decidió que saltaría, pero las piernas se arrepintieron en el último momento y se quedaron en la orilla.
-Ven -le dijo la parte superior del cuerpo a la inferior-. El agua está buenísima.
-¿No está demasiado mojada?
-Qué va. Al punto.
-¿Y no cubre mucho?
-Solo hasta las rodillas.
-Demasiado para mí.
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