El sacrificio

Robert Anthony Eden, conde de Avon, abandonó la reunión como si le hubiera caído encima un camión de ladrillos. Cruzó las calles dando tumbos y, frente a su puerta, le tembló la llave en las manos. Sabía que lo vigilaban y que Kate volvería pronto, así que eligió un vestido de lana, guantes, sombrero y zapatos de tacón. Cuando volvió a salir, nadie reconoció al primer ministro camino de la clínica secreta del doctor Chang, experto en rinoplastia ambulante. Estaba aterrado, pero Churchill había sido tajante: la hora es oscura y con esa nariz Inglaterra jamás te tomará en serio.

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