—Subes a una de las barcas y te dejas llevar.
— ¿Así de fácil?
—No tanto como parece. Aunque hoy el mar está tranquilo, a veces se enfada
y cuesta mantener el equilibrio. Algunos se caen. Otros se tiran.
—Pero puedes remar, ¿verdad? Para decirle a la barca hacia dónde quieres ir.
—Solo quienes tienen remos. Unos pocos. Y, con o sin ellos, el agua te empuja
hacia allá, a lo lejos, donde las siluetas se difuminan hasta que desparecen por
fin para siempre.
— ¿Y si no quiero subir?
—Eso no se elige. Es obligatorio.
—¿Cómo dices que se llama?
—Vivir.
