Anabel

Estate quieta, Anabel. No toques eso. ¡Basta de carreras por el pasillo! No pises el suelo, que está recién fregado. Para de saltar sobre la cama. No cojas porquerías del suelo. ¡Estate quieta de una vez! A ver si dejas de columpiar los pies, me pones de los nervios. ¿Puedes dejar de subir y bajar las escaleras? Para, Anabel, para.

Un súbito silencio. Un enorme silencio sin la voz de su madre dándole órdenes. Se acercó de puntillas al salón. Allí estaba su padre con la cámara.

­Sonríe, cariño, y no te muevas.

Y Anabel, por fin, se quedó quieta.

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