Picnic

Verano del 83. Todos los años el mismo ritual, el mismo menú, las mismas cestas de comida, las mantas y cojines con olor a lavanda, toda la familia sentada en el suelo. Pero aquel picnic fue diferente. Empezó con un ligero olor a quemado, de repente las llamas se alzaron frente a nosotras y nos quedamos quietas mirándolas fascinadas. Quizás si mis tías hubiesen sido más aficionadas a la lectura habrían sabido descifrar la enigmática sonrisa de mi madre mientras miraba el fuego. O la frase que nos dijo esa misma mañana en el desayuno: “Anoche soñé que volvía a Manderley”.

Rocío

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