Ámbar

Todo empezó como un tímido juego. ¿Acaso no empieza todo así? Con el sol a mi
espalda fingía acariciarlo. Yo creía que disfrutábamos los dos. Dicen que los árboles
sienten. Y tenía razón; él también disfrutaba. Por eso se me comió. Y ahora soy un
Nosferatu manco, atrapado como en ámbar dentro de él, como los malos de
Supermán en el cristal que cruza el universo o el negativo de una foto, como el azogue
pegado al espejo, siempre de negro con un brazo en alto, tratando de salirme a
arañazos, con sus raíces enredadas en mis piernas. Es ridículo.

 

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