–Pongamos niebla para que no sean capaces de llegar mar adentro, –dijo uno.
–Prefiero tormenta, olas embravecidas… ¡tragedia!, –gritó el otro mientras el mar se encrespaba.
–No, no, mejor la niebla. Es más sutil.
–No, mejor un monstruo marino cuyos tentáculos trituren barcas y se zampe, uno a uno, a todos ellos.
–Qué bruto eres, insisto: la niebla.
–¿Y las sirenas?, van cantando y van atrayendo a los pescadores, todo un espectáculo.
Los dioses jugaban como niños.
Los pescadores, aterrados, no entendían nada. Por instantes todo cambiaba: tormenta, monstruo, sirenas…
Al final la niebla cubrió todo, como un mal sueño.
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