La señora Baxter

Los domingos, tras la comida familiar (nueras y estómagos de oveja), la señora Baxter friega sola. Cuando se cierra la puerta, tira la vajilla a la basura, se sirve un whisky, enciende un cigarrillo y se escabulle por la ventana, rumbo a la colina. Cada vez convoca un recuerdo. Esta vez es Broden, que acudió a la cita con el corazón desbocado. A ella casi le dio lástima aceptar el abrazo, escuchar su nombre al oído, esquivar el beso y apretarle la navaja en las costilla para robarle la bicicleta que tanto deseaba. La vuelta a casa la hace sonriendo.

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