Punto y seguido

—Son trescientas sesenta y cinco sillas. Cada día avanzo una posición porque la perspectiva se transforma en la ventana. Puedo distinguir  detalles fluctuantes como la altitud del sol, la velocidad de las nubes, la amplitud de las mareas, los agudos y graves de las sirenas, los hermosos plenilunios, la singular antesis de las flores del mirto… ¿Él? Él puso distancia, y hace  tres bufandas, una alfombra de nudos, dos tapices y un par de mitones que se fue. Volverá, lo presiento.

—¿Penélope?

—Háblame, Musa de blancas vestiduras, de aquel varón ingenioso y de su cóncava nave.

—Penélope, la medicación, querida.

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