El efecto Wiedermeyer

—Oiga, acomodador, quiero que me devuelvan el dinero ahora mismo.
—¿Qué ocurre?
—Esos asientos parecen wáteres. No pienso sentarme encima. Y menos para escuchar un recital poético. Es un contrasentido.
—Son asientos cuánticos, señora. Los ha diseñado Rasputín Wiedermeyer.
—No sé quien es.
—El cuñado de Philip Stark.
—Me toma el pelo.
—De ninguna manera.
—Cuánticos. No sé… ¿Y por qué estoy yo sola? ¿No cree que es por las butacas?
—No son los asientos.
—Ya. Bueno, algún día la música de las palabras emocionará tanto como la de una guitarra eléctrica. Me siento aquí mismo.
—Que Dios la bendiga.

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