La tumba currumana

Es sabido que los currumanos sienten un respeto tan profundo como ancestral por la muerte. Cavan fosas, esculpen mármoles, proyectan nichos, y quien más quien menos tiene un ciprés o dos en su jardín. Cuando el currumano alcanza los doce años de edad, el colegio lo lleva de excursión a conocer su tumba. Con gran ceremonia, cada niño lee su nombre en la losa y guarda unos segundos de afligido silencio. Acto seguido, se les permite jugar y bailar sobre los sepulcros, aunque siempre hay alguno que se salta la prohibición de brincar sobre su lápida, para desesperación del maestro.

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