Ellos son los saltatumbas, doce muchachos del orfanato de Tuam, rigurosamente escogidos por las monjas por vivos, por vigorosos, por fulgurantes en la respuesta y el robo de provisiones, porque no hay esperanza de que ninguna familia católica los acoja. Entonces vienen aquí. Por la mañana se abren las puertas y los chicos entran con bebidas, bocadillos y sin horarios. Un premio, les dicen. Divertíos, les dicen. Y los abandonan en el laberinto horizontal de lápidas para que se extenúen y lleguen a la noche cansados. Tanto, que no se aterren cuando las tumbas se abran para que nos alimentemos.
