La inventora

De niña, cuando Rosalinda Bloomfeld pensaba en su futuro, ya se imaginaba inventora, y lo fue, al margen de la funcionalidad de sus inventos. Su alfombra voladora, más que persa, fue presa de la gravedad. La usaron de felpudo y, con el tiempo, como blando cementerio de minúsculos objetos no perdidos, sino anclados, en sus rizos de lana pegajosos como telaraña: horquillas, botones, imperdibles. Un tablón de anuncios donde el polvo suplantaba a las chinchetas. Su prototipo del sujetador con aros no fue todo lo que se esperaba de él, pero el Imperio romano tampoco se levantó en un día.

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