Ataúlfo, nuestro murciélago eléctrico estaba secándose al sol en de su funda blanca mientras nuestra madre vigilaba, control remoto en mano, que no dijéramos nada sospechoso en los deberes de verano que habíamos dejado para última hora. El mundo era todavía deliciosamente analógico pese a que los animales estuvieran ya prácticamente extintos y aproximadamente la mitad de los miles de tests Voight Kampff que se practicaban a la semana fueran casi totalmente automatizados. Aquel día le preocupaba que contáramos lo de haber matado a la vecina confundiéndola con un androide y lo buenas que nos habían salido después las croquetas.