Te lo dije

Todo el mundo recuerda la historia de la mujer de Lot, quien, contraviniendo el mandato divino, se volvió por curiosidad a contemplar la destrucción de Sodoma y quedó convertida en estatua de sal. Mucho menos conocido, pero igualmente cruel, fue el destino de la pequeña Edith, hija menor del despótico multimillonario Howard Fairbanks, mecenas del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, al desobedecer la orden de su padre «Edith, como te vuelvas a separar de mi lado para andar corriendo y toqueteando las estatuas, te juro que te dejo para siempre en el museo». Edith no se lo creyó.

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