El marido de mi tía Gervasia tenía una bicicleta y ella una sillita con ruedas donde paseaba a mi madre, muchísimo menor y huérfana de idem. Todos los días él rodaba hasta la ciudad de al lado a trabajar y ella hacía rodar a la niña por la plaza del pueblo.
Una mujer casi ociosa, mi tía Gervasia.
Menos aquel día. Aquel día no rodó nadie y no se cruzaron ni un alma. Esa misma tarde se vinieron a vivir a la costa donde el mar está siempre en su sitio y no se materializa en la plaza sin motivo.
[ajax_load_more post_type=”post” posts_per_page=”20″ category__not_in=”1″ pause=”true” button_label=”Más historias” button_loading_label=”Cargando…”]