El viento sopló en la dirección adecuada, tal y como había previsto la mujer del tiempo. Los materiales ardieron de manera frenética, como si tuvieran mucha prisa, y sin dejar feos esqueletos a medio calcinar. Las llamas se elevaron hasta los dieciocho metros, suficiente para convertir un incendio en un espectáculo notable, y el humo fue limpio y ligero, casi transparente.
Y el refresco de naranja estaba perfecto. Frío, no helado. Sobraron galletas y la tarde fue menos calurosa que lo esperado en un mes de junio. Cuando quemas una puta escuela tienes que tener todos los detalles en cuenta.
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