—Salta.
—¡No!
—Salta, te digo.
—¿Estás loca? ¿Quieres que me mate?
—¿Cómo te vas a matar? Estamos en un sueño.
—¿De verdad?
—¿Ves las baldosas?
—Sí… Nunca me gustaron.
—Pues las cambiamos.
Como por arte de magia, sus motivos geométricos mutaron en adorables gatitos. Asentí, complacida.
—¿Te convences ahora?
—Sí —dije, aún con dudas.
—Hacemos una cosa: saltamos juntas.
Agarré con fuerza su mano, nos acercamos a la barandilla y saltamos. La sensación de libertad era maravillosa; el golpe contra el suelo, no tanto.
Despertamos, sobresaltadas, y nos miramos: cada una, en su cama. Sonreímos.
—Tenemos que perfeccionar el vuelo.
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